martes, julio 03, 2007

Cuestión de equilibrio


Tocar el órgano en aquella iglesia era lo único que me invitaba a seguir respirando. Todos los fines de semana, recorría más de cien kilómetros hasta encontrarme en aquella aldea perdida en los montes de Lugo. Por contra, y para poder disponer de la llave de la vieja iglesia románica, el cura me había hecho la oferta de tocar en cuantas celebraciones o funerales se ofreciesen en el templo. Así, si quería accionar aquellos fuelles, recorrer con la vista los enormes tubos que se perdían en el cielo, debía ambientar con mi órgano las despedidas funerarias, las bodas, y las comuniones.... Y a veces lo hacía con tanto entusiasmo, con tanto ardor, que el cura tosía tres o cuatro veces con fuerza para que el órgano y yo volviésemos de nuestro viaje a "ningures" y así, tras la vuelta al silencio, él pudiera continuar con la homilía.
Sin embargo, lo que parecía un hobby, un simple pasatiempo para derrochar mi capacidad musical, acabó convirtiéndose en una obsesión, en un amor desatado por hacer circular el aire por el interior del dichoso instrumento, por lo que llegué a pasarme noches enteras tocando música barroca, o romántica; e incluso probando ciertas piezas que llegué a componer en alguna de esas largas vigilias.
Con el tiempo, mi mujer acabó mandándome al carajo, señalándome la puerta de atrás, por supuesto. Igual que mi jefe, que se hartó de darme permisos y de mis torpes disculpas para no trabajar, por lo que, después de ser despedido, acabé instalándome cerca de la iglesia, para lo que arrendé una vieja casa con un buen terreno de labradío en su derredor en el que, mas mal que bien, planté algunas coles, algunos grelos, y algunas otras legumbres. Así, de ser un urbanita con las manos tan finas como las de una baronesa, pasé a conocer las durezas de la tierra en forma de callos en la palma de mis manos, y de la calefacción o el aire acondicionado de una oficina me acordé en cuanto llegó el rigor del invierno, o el derroche agónico del verano. Todo por tocar un viejo órgano de viento, convertido en una pasión como nunca había tenido otra en mi vida, ni siquiera en mi época moza en mis andares con las mujeres.
Los vecinos de la aldea empezaron a mover la cabeza cada vez que se cruzaban conmigo. No comprendían mi afición y quizás dudaban de mi cordura. No obstante, era muy buena gente y en ningún momento me dijeron nada al respeto. Simplemente, sabían que el órgano estaba funcionando mas ahora que en los últimos tres siglos y que, en sus celebraciones eclesiales, iban a tener la música gratis.
Pero un día todo cambió.
La normalidad es normal porque no sucede nada extraordinario. Si el sol sale por allí, se oculta por allá.... Si la marea sube, la marea baja.... Y si todo el mundo se comporta como es debido, las cosas funcionan. Es una lógica inapelable, las buenas gentes lo saben, incluso las malas también. Por eso, cuando apareció el lobo después de tres lustros sin hacerlo y mató cuarenta ovejas, entre los más sabios del lugar se arqueó la ceja de la sospecha y sobre sus entrecejos nació una profunda arruga que no era nada “normal”.
Cuarenta ovejas de una tacada después de tres lustros: Todas tiradas por la hierba en dantesca imagen de una ferocidad desproporcionada.
Y, mientras los lugareños enterraban los animales, surgió una conversación que en apariencia no tenía mucho que ver con el lobo:
- Lucita abortó el pasado lunes.
- ¡No me digas! Igual que Begoña, a filla de Xan da Revolta - respondió sorprendido Armando.
- Vaya.... Hay pocos niños en la aldea, y las dos últimas en empreñar....no lo logran.
- Vaya... vaya casualidades.
Sin embargo nadie cree en las casualidades. Acuden a ellas para explicar lo inexplicable, pero en el fondo, donde nacen los razonamientos, saben que todo tiene una causa, una motivación, una razón de ser.
- Lleva sin llover seis meses - comentó Miguel tras un corto silencio.
- Si, ya no hay pasto. Menos mal que tengo una poca hierba en el silo, que sino iba a tener que enviar las vacas a comer a casa del alcalde.
- No se como voy hacer. Tengo el pozo en las últimas. Ayer bajé a limpiarlo y no me cubría ni el tobillo.
- Ya verás como todo cambia en Octubre y después llueve a mares.
- A ver...
Porque, razonan, que si ahora falta el agua, después vendrá toda junta, como si en el cielo se almacenara en una especie de pantano y al menor descuido se pudiesen abrir sus compuertas.
Sin embargo:
- Merda!!! - dijo Armando veinticuatro horas después al ver como las llamas devoraban gran parte de la masa forestal de la aldea.
- Todo el monte queimado... Arrasado desde el río hasta la carretera.
- Y con los pinos de cuatro años – añadió Miguel.
- Merda.... merda, merda, merda....
Lo que estaba pasando no era normal.
Por lo que, sin saberlo, sin ser consciente de nada, los despropósitos se acumularon en mi derredor poco a poco, piedrecita a piedrecita.
No obstante, continuaba enamorado de mi órgano y que murieran cien o mil ovejas y se quemaran un millón o dos millones de robles, pues, la verdad, no me inquietaba demasiado. Era feliz, o creía serlo, y los problemas, desde que el mundo era mundo, siempre habían existido.
Sin embargo, unos días después se produjo un suceso que agravó por completo la situación:
Durante el funeral por la muerte de un emigrado en Argentina, sin el cuerpo presente, el párroco comenzó a tener unos ligeros principios de vómito mientras contaba la historia del hijo pródigo. Las arcadas fueron a más y el párroco se murió cuando todos pensaban que hacía los típicos gestos para que yo dejara de tocar.
Por supuesto, no acabó la historia del hijo pródigo.
Una hora más tarde, mientras los camilleros recogían su cuerpo yo noté como algunas miradas se posaron sobre mí. La gente murmuraba por lo bajo ciertas cosas de las que yo no era partícipe y un ligero escalofrío recorrió mi espina dorsal.
La suerte, la mía, estaba echada.

El resto de la historia quizás sobra. Si, porque volvió a llover, naturalmente; y no ardió mas monte ese año, pues no había mucho que quemar, y el otoño enfrío los tojos y las silveiras. Además, Lucita empreñó y tuvo una preciosa niña al año siguiente... Del lobo, no se volvió a saber. y el nuevo cura, el nuevo cura hacía las misas sin coro ni órgano y era un buen tipo, organizador de excursiones por todas las tierras de España, Andorra incluida.
En cuanto a mi, ya lo saben, tuve que irme de la aldea. No porque me echaran o me dijeran algo al respeto. Simplemente, unos días después del aciago suceso del párroco, el órgano apareció completamente destrozado, de arriba abajo, con las trompeteras convertidas en gravilla y ya no tuve ningún motivo para seguir viviendo en aquella aldea perdida en los montes de Lugo.