sábado, noviembre 08, 2008

Tal palo

Las sombras tenían la forma de un par de monjes vistos de perfil. Se asentaban sobre el grueso marco de piedra de la entrada y se movían al ritmo del crepitar de las llamas. Mi fiel Bondadoso las miraba entretenido mientras yo lo acariciaba. De vez en cuando, al par del alboroto de la hoguera, erguía sus orejas como si entendiera el lenguaje de la lumbre y ponía en tensión todas las facciones de su feo rostro.
Estábamos solos en el castillo, abandonados por la suerte, y esperaba la llegada del verdugo: de mi padre, a quien había intentado arrebatarle la corona del reino tras una “soberana” traición.
- Inútil – me parecía oír en el silencio, muy dentro de mí.
Y en verdad que sí. Era un inútil. Me había vendido al enemigo para obtener aquello que la salud de hierro de mi progenitor me negaba y, finalmente, el viejo y toda su cohorte de bellacos sanguinarios habían acabado con mis nuevos aliados, con mis esperanzas y, por seguro, con una vida a la que a lo sumo no quedaría mucho más de cien alientos.
- Inútil – esta vez si: era la voz rota del rey, entrando en el salón -. Encargas un trabajo de hombres a una pandilla de inútiles y el mas inútil, mi propio hijo, se queda a la carón de las brasas, frotándole las nalgas a un chucho apestoso.
Bondadoso, mi perro, lo miró sin mucho interés. La historia, a pesar de haberlo nombrado, no iba con él.
- Padre, yo…
- ¿¡¡¡ Qué le habré hecho yo a ese dios tan miserable!!!?? ¡¡¿¿Qué le habré hecho?!!! ¿¡¡Qué le habré hecho para merecer un vástago tan inútil??!!
Inútil, era sin duda su palabra favorita. No se de quien la habría aprendido en la niñez, pero de buen maestro sin duda.
- ¿Y ahora? – me preguntó, como si mi respuesta valiera algo.
- Yo….
- ¡Cállate! ¡No quiero oír tu voz nunca más!
Cerré la boca compungido, apretando los labios, y esperé mi sentencia.
Bondadoso, a mi lado, se despellejaba tras las orejas con su pata trasera.
-Te cortaré la cabeza… No – se rectificó -, el hijo de un rey no puede morir decapitado. Es un mal ejemplo que no debe cundir. Mejor – continuó -, te desmembraré las extremidades con el galope de mis caballos…. Mas… tu madre no lo vería demasiado bien; sobre todo por los invitados a tu entierro y la mala imagen del descosido.
Paseó un buen rato por el salón, entre las sombras que provocaba la hoguera sobre los tapices de las paredes, hasta que, iluminado en la tibia oscuridad, se detuvo y dijo no sin cierta alegría:
- Ya se. Mañana saldremos de caza, a los bosques de la Traba, y una ballesta te atravesará el corazón de lado a lado y con muy mala suerte. Así, morirás con cierto honor, sin provocar suspicacias, y sobre los campos en donde algún día deberías reinar. Más…
Se detuvo de nuevo, apesarado, y se echó las manos a la cabeza.
- Más si es mi arma la que te siegue la vida, aun ha de haber algún noble que se ría de mi mala puntería y…
- Puede hacerlo cualquier soldado – le apunté con cierta gracia.
- ¿Y negarme el placer de arrancarte yo mismo la vida?
Le miré a los ojos, a aquellos ojos que despedían chispas, culebras, y algún que otro sapo rugoso y rojizo, y antes de que su apestosa boca se abriera para decirlo, lo dije yo mismo:
- Inútil.
Bondadoso miró al rey, quizás esperando una furia desatada, pero pronto, muy pronto, se dio cuenta de que su amo tenía a quien parecerse, por lo que, aburrido, el chucho se volvió hacia la hoguera, estiró todo su cuerpo, y siguió durmiendo ante la falta de novedades.