jueves, septiembre 18, 2008

White

Redlong abatió todos sus folios contra la pared y se levantó de su sillón muy enfadado. Desde hacía meses, casi un año, no era capaz de articular mas de cinco párrafos seguidos, como si su inspiración narrativa hubiese sido arrancada de su mente para siempre y sus neuronas literarias hubiesen sido absorbidas por la nada sideral; y así, sus plazos con las revistas para las que trabajaba empezaron a vencer, dejando que su cuenta corriente quebrara al no recibir pecunio económico alguno.
Redlong estaba desesperado. Su casa, su coche, su familia... Todo aquello que había construido alrededor de sus palabras podía derrumbarse ante la miseria y, lo peor de todo, es que no sabía de las causas de su desazón lingüística.
Al parecer, su fin como escritor, la gran sequía, la tumba perpetua de su musa, había llegado.
No obstante, quedaba una salida, una única oportunidad a la que siempre se había negado amparándose en la honestidad y en el buen trabajo; pero que, llegados estos momentos y ante lo que ahora vivía, parecía obligado a hacer:
Redlong acudió a las oficinas de los laboratorios NILL-BOK, situados en el edificio más alto de Bolonia, y pidió una entrevista con uno de los sub-directores.
Mister Hansen recibió a Redlong en su amplio y luminoso despacho, decorado con numerosas esculturas metálicas de acero inoxidable que hacían referencia al mar, tanto a los habitantes de las profundidades como a los vehículos marinos, y en el que cada objeto parecía fruto de una extraña perspectiva, como reflejados en espejos cóncavos, o deformes.
- Este, Mr. Redlong, es, aunque no lo parezca, un Clipper: el velero que revolucionó el tráfico marítimo.
A Redlong poco le importaban las explicaciones artísticas de Hansen. Sin embargo, sabía que era un preámbulo hacia la consulta que había venido a realizar y aguantaba estoicamente la perorata del alemán.
- Interesante...
- Este, este.... es un narval.... y aquello un elefante marino...
- Vera, Mr. Hansen... yo...
- Tranquilo Redlong. No se preocupe por nada. Yo ya se a que ha venido.
- Sin embargo, quería dejar las cosas claras.
- No tiene que dar explicación alguna. Lo que le está sucediendo es bastante común y nuestros laboratorios han conseguido el remedio perfecto.
- Pero....
- Si, Redlong... Comprendo sus precauciones al respeto. Se trata, de momento, de un asunto ilegal, al margen de la ley y, mientras no se aclaren las cosas, puede estar usted tranquilo con nuestra total discrección. Somos los más interesados en que lo suyo no llegué a oídos de nadie y NILL-BOK, aparte de garantizar el perfecto funcionamiento de su producto, le deja muy claro que incluso esta entrevista no ha existido nunca.
- ¿En que consiste?
- Usted sabe de sobra lo que es el dopaje en el deporte.
Redlong asintió.
- Pues bien, hemos creado una sustancia capaz de activar la parte creativa del cerebro y potenciar la imaginación hasta los extremos más insospechados.
- ¿Me puede dar algún ejemplo...algún resultado tangible?
- Por supuesto que no. Pero tenga por seguro que muchos de los más grandes éxitos artísticos que tenemos hoy en el candelero son obra y ayuda de nuestro producto....de nombre... llamémoslo White.
- ¿Porqué lo comparaba antes con el dopaje de los deportistas? ¿No es una comparación un tanto desafortunada?
Mister Hansen sonrió. Al parecer, el literato gustaba de las comparaciones; también de las aclaraciones. Sin embargo, el hombre no podía ocultar del todo su desesperación, la marcada necesidad que tenía de la droga que muy pronto iba a tomar.
- Cuando usted consuma el White recuperará y aumentará su producción literaria. Como el deportista, llegará antes y mejor a la meta. No obstante, y ahí esta el quid del asunto, también tiene su lado negativo.
-¿Cual?
- Su creatividad será nutrida con sus otras dotes cerebrales. Me explico: Su adicción por las letras será tal que se desprenderá de muchas de sus actividades cotidianas y se centrará mas en su trabajo... Tampoco quiero exagerar; pero será algo muy similar a lo que le ocurre a esos brokers de la bolsa que están enfrascados entre los números y los gráficos incluso cuando salen de la bolsa o de sus oficinas.
- Me está asustando... Y pensé que estaría deseando venderme el producto.
- Lo estoy. Y se lo venderé, por supuesto, pero antes ha de saber de sus consecuencias. El White es nuestro último producto, anhelado por cientos de artistas como si fuera la musa de la inspiración hecha realidad, y no vamos a engañar a nadie con el objeto de ganar un poco mas.
- ¿Cuánto?
- El cincuenta por ciento de sus derechos de autor.
Redlong abrió los ojos desmesuradamente. Nunca, ni con su mujer, había compartido el cincuenta por ciento de nada.
- Eso es una barbaridad.
- Dependerá de sus ingresos, señor Redlong - dijo Hansen removiendo tranquilamente el trasero encima del sillón -. Actualmente - añadió cruelmente -, dicha mitad no nos daría ni para tomarnos un café.
Redlong bajó la cabeza para ocultar todos sus sentimientos: vergüenza, rabia, indignación; y se dio cuenta de que lo que mas deseaba en esos momentos era poder escapar de allí, alejarse de cualquier tipo de ayuda externa de la que nunca antes había necesitado. No obstante, no lo hizo, y cuando salió de la oficina, unos minutos después, fue para bajar hasta el sótano del edificio en donde iba a recibir su primera dosis de White.


2

Redlong se sentó ante el ordenador, abrió un documento en blanco, y estuvo un buen rato dejándose cegar por tan inmaculado deslumbramiento. Se levantó del sillón, abrió las ventanas de par en par, y dejó que la brisa empujara con suavidad el visillo de las cortinas.
Nada. No sucedía nada extraño.
Quizás era demasiado pronto para saber de los efectos de lo que le habían inoculado o, quizás también, todo había sido un gran timo en el que se había dejado caer.... desesperado.
Se sentó de nuevo. A rumbo, pulso una tecla con su índice, y sobre la pantalla nació una: "ñ". Una diminuta y característica letra que apareció coqueta y distinguida entre la inmensidad del documento, un pequeño símbolo que poco significaba y que, sin embargo, se resaltaba entre el infinito.
Ñ: de engañado, de ñoño, de sueño, de amaño, de...
De repente, sus manos se vieron presa de un cierto nerviosismo, trastablillándose sus dedos encima del teclado, y comenzó a escribir lo primero que se le venía a la cabeza: En un principio simples dislates sin orden ni significado que simplemente rellenaban la hoja en blanco del ordenador. No obstante, no bien llevaba diez o doce líneas cuando vio todo mucho más claro. Las cincuenta o sesenta palabras allí escritas tenían tantas vueltas, tantas historias, tantos diferentes significados, que por obra y gracia de su imaginación, iban a tener una historia en común... El poder se estaba trasladando desde su mente hacia sus extremidades y, Redlong, con una enorme y satisfecha sonrisa, empezó a volcar toda esa energía en una historia que muy pronto conmovería al mundo.

3

El éxito no tardó en llegar. Su editor, sus críticos habituales, su cuenta corriente, le agradecieron su vuelta a la vida narrativa y la novela fue todo un bet-seller. Incluso un afamado hombre de negocios le propuso que él sería el próximo ganador de un conocido certamen literario y, como no, confiado en sus posibilidades acepto el reto con tanta fe y tanta seguridad que incluso tuvo el valor de pedirle un cuantioso adelanto del millón de euros en que iba a consistir el futuro premio.
El mundo dejó de ahogarlo, dejó de ser gris; el mundo le pidió excusas por haberlo tratado tan mal y lo recompensó con creces por todo cuanto había padecido. Sentía, además, una verdadera pasión por su trabajo y no pasaba un solo día sin completar sus cinco mil palabras de rigor. Le era tan fácil desarrollar sobre el papel lo que argüía su imaginación que todo cuanto le estaba viniendo en forma de fama y dinero eran como regalos caídos del cielo.
Un buen día, después de su segunda novela, recibió la llamada de Cesar Valladolid, el propietario de la revista mensual "Cuentos y Fábulas", la publicación más exigente escrita en castellano. La llamada cogió por sorpresa a Redlong, que, aunque era un buen escritor, no creía estar al nivel de quienes en dicha revista trabajaban: algún que otro nobel, premio nacional, o premio Cervantes. Media docena de elegidos cuyas letras estaban impresas desde hacía años entre los clásicos del siglo.
- ¿Señor Redlong?
- Si.
- Permita que me presente: Me llamo Cesar Valladolid, y el motivo de mi llamada es el de invitarlo a publicar un cuento en nuestro próximo número de abril.
-¿Cómo?
- Si le interesa y no tiene otros compromisos apalabrados, me gustaría poder contar con su colaboración.
- Naturalmente que me interesa.
- Entonces...
- Cuente conmigo.
Un mes mas tarde, la foto de Redlong era portada de "Cuentos y fábulas" y su nombre comenzó a mentarse por todos los foros del país con reportajes en la prensa, entrevistas en la radio y en la televisión, y alguna que otra discusión salida de tono en la que los envidiosos expulsaban sapos y serpientes en contra de él. Pero, esto último, era normal: era un elegido, lo sabía, y se gustaba casi tanto de los rencores como de los dulces comentarios de sus admiradores.
La colaboración de invitado en la revista pasó a ser continua y compartió el espacio de la revista con cuatro escritores mas, convirtiéndose en habitual.
Estaba en la gloria hasta que...
4
Su status literario comenzó a verse amenazado por sus compañeros de edición. No es que estuviera bajando la guardia en cuanto a su trabajo. No. Seguía en su nivel habitual, quizás mejorándose con el tiempo; sin embargo, los demás escritores de la revista, como tocados por un ángel del cielo, comenzaron a escribir verdaderas joyas en forma de cuentos y poesía, y raro era el número en que no destacara uno de ellos y él, Redlong, sin embargo, se quedara con las simples aprobaciones superficiales de la crítica.
Estaba claro que si no escribía algo importante dentro del año pronto iba a pasar a la reserva, desplazado por algún novato emprendedor e imaginativo, y no quería volver a caer en el pozo por nada del mundo.
Era el momento apropiado para pasarse por los laboratorios NILL-BOK y aumentar la dosis de la milagrosa medicina:
- Bienvenido Mr. Redlong - le dijo el alegre sub-director del laboratorio, el señor Hansen, un soleado miércoles de Junio.
- Hola.
Había cambiado por completo la decoración de su despacho y, si antes el tema que inspiraba todos los detalles era de origen marinero, ahora los cuadros y las esculturas se centraban en el cuerpo masculino, en desnudos inocentes que rebelaban al hombre como una criaturilla más de la naturaleza.
- ¿A qué debo tan grata visita? No creo que, viendo lo que veo, tenga demasiadas quejas - repuso Hansen ante su inmaculado traje de cara marca italiana.
- Y ustedes, con mi cachito de cincuenta... cincuenta, tampoco.
Hansen lo señaló con el índice, como aprobando su agudeza.
- ¿Y bien?
- Necesito aumentar la dosis.
- ¿Por?
- Considero que estoy en un punto de estancamiento, que mi meta está un poco mas arriba, y...
- Es usted muy ambicioso.
- Como ustedes.
- Efectivamente.
- ¿Y bien?
- Estamos para servirle señor Redlong. Ahora bien...
- ¿Qué?
- Eso supondrá que el cincuenta por ciento sea un porcentaje bastante escuálido para lo que va a recibir.
Redlong, como la última vez que había estado allí, se revolvió inquieto en su asiento.
- ¡Pero no es justo! Si yo prospero, mi fortuna aumenta y la mitad de mi fortuna también.
- Pues váyase tranquilo, por esa puerta, señor Redlong.
- ¿Cuánto? - dijo al fin el escritor, sabiendo que no tenía demasiadas opciones.
- El ochenta por cien de sus ingresos.
Redlong abrió la boca con la sorpresa. Entregar el ochenta por cien de su salario iba a ser de lo más doloroso que había hecho en toda su vida. ¿En cuantas de sus novelas hacía mención a la explotación, incluso al esclavismo, y ahora, ahora, se convertía en uno de sus más miserables personajes?
- Acepto - dijo sin mas, con toda seriedad, y sabiendo que cuando menos, las sanguijuelas de ese laboratorio no le usurpaban la fama, la gloria.

5

Aumentó. Todo aumentó. El nivel de sus trabajos, el caudal de sus ingresos, su fama, su relevancia mundial... y la de sus compañeros de revista, al cabo del tiempo, también.
Cuando Redlong creía haberse puesto a la par de los mejores, volvió a suceder que se encontró ante la mejor generación de escritores del último medio siglo y no pudo menos que admirar entre lágrimas y envidias que iba a necesitar de otro empujoncito:
Mas dosis, mas porcentaje para los laboratorios NILL-BOK, y, al cabo del tiempo, mismos resultados...
Estaba luchando contra un enemigo imbatible que, seguramente, disponía de sus mismas armas pero que iban algo adelantados con respecto a él. Si, no le cabía la menor duda. Los demás autores estaban dopados hasta las tetas con su misma medicina y, seguramente, trabajaban gratis por la simple gloria.
Pero eso no le iba a suceder a él. No iba a dejarse la piel por un premio Nobel, por compartir estantería con los grandes clásicos. De eso nada. Si había un límite para él, ya lo había tocado. Dejaría de tomar esa mierda que tantas y tantas historias provocaba desde su cabeza hasta el papel y volvería por sus fueros, cuando para articular un par de párrafos tenía que esforzar su vista.
Por todo ello, por esa decisión de alejarse de lo artificial, voló hasta Bolonia, hacia los conocidos laboratorios NILL-BOK, y pidió una entrevista con Hansen.
- Voy a dejarlo todo.
- ¿Cómo dice?
- Que voy a dejarlo todo. No puedo seguir con esta farsa.
- ¿Se da cuenta de lo que pierde con esa decisión?
- Lo se. Pero me es imposible llegar a la cima. Ustedes han suministrado el White a gente más capacitada que yo para el trabajo y...
- No.
- ¿?
- Hemos suministrado el White a unos cuantos actores, a siete u ocho pintores, a un par de políticos... y a un escritor de tratados filosóficos.
Redlong se quedó mudo. No podía ser. El tipo que tenía enfrente tenía que estar mintiendo.
- Sin embargo, también hacen uso de nuestros servicios - añadió Hansen.
- ¿Quienes...
- Sus compañeros en la revista "Cuentos y fábulas", por ejemplo.... ¿no lo sabía?
El escritor movió, atolondrado, la cabeza. No entendía nada.
- ¿Existe luego otro producto? - dijo al fin.
Hansen movió de lado a lado su cabeza, negando.
- ¿Entonces?
- NILL-BOK es una gran empresa. Tiene su sección biogenética, su sección bioquímica, y, finalmente, su sección tecnológica.
- ¿Tecnológica?
- Si, maquinitas llenas de cables que hacen de todo...
- No.
- Si, señor Redlong.
- No puede...
- Claro que puede. Usted ha estado compitiendo con unos fabulosos, y nunca mejor dicho, programas de informática que generan arte, belleza, sentimientos, y enormes cantidades de gloria a quienes suplen simplemente en el trabajo.
- No....
Redlong vio como se detenía el tiempo. El mundo era una mierda. La literatura, aquello que hasta hacía unos momentos había amado con todo su ser, el fruto de unos circuitos.
- Además, señor Redlong, es mucho más limpio que el White. No tiene porque preocuparse por sus efectos en la salud y...
- ¡Pero es un engaño!
- El White también lo era... y supongo que el vino que tomaba Cervantes y todos sus parientes del gremio.
Redlong se levantó. Debía abandonar aquel lugar cuanto antes. Estaba en la cueva del diablo y necesitaba respirar un poco de bien cuanto antes.
Sin embargo, cuando estaba a punto de atravesar el umbral de la puerta, el señor Hansen, sub-director de los laboratorios NILL-BOK, susurró por detrás un porcentaje bastante aceptable y, con lágrimas en los ojos, Redlong detuvo su paso.

miércoles, septiembre 03, 2008

A conciencia

El tipo puso el disco encima de la mesa y lo empujó hacia mí, deslizándolo con suavidad sobre el oscuro barniz, dando un cierto suspense o emoción a dicho movimiento.
- ¿Está ahí? - pregunté.
El tipo asintió.
Miré con resignación el disco y busqué la billetera en mi chaqueta. Tenía que pagar por el trabajo realizado y lo iba a hacer incluso antes de haber visto el contenido.
El tipo, un tal López, se dio cuenta de que iba a cobrar los seis mil euros acordados y carraspeó nervioso, haciendo patinar la nuez sobre su cuello de arriba abajo y a una velocidad de vértigo.
No obstante, me equivoqué de bolsillo y eso me dio tiempo a alargar la conversación.
- ¿Es habitual?
- ¿Lo qué?
- Esto - dije señalándole el disco -: los cuernos. Descubrir un engaño.
- Bueno, menos de lo que parece. Por lo general se trata de malos entendidos, o de celos, y lo mas corriente, cuando sucede, es que ya se sepa del engaño y se acuda a un investigador privado en busca de pruebas que verifiquen el hecho... El hecho ante un mas que posible litigio judicial. Ya sabe, cosas de dinero.
Encontré la cartera en el otro bolsillo, en el izquierdo, y la coloqué sobre la mesa al lado mismo del disco.
- Entonces... soy un caso raro.
- No, tampoco es eso. Lo que le ha ocurrido a usted, también sucede. Tengo descubierto un buen número de casos similares. De eso puede estar seguro, solo que...
- ¿Qué? - inquirí ante su pausa.
- Sólo que, ya digo, no es lo más habitual.
Abrí la billetera y busqué los billetes en su interior.
Uno, dos, tres...
- ¿Las imágenes son muy... son...?
- Son nítidas - me respondió.
- ¿Y...?
- Fuertes. Son fuertes.
- ¿Cómo de fuertes? - pregunté.
La nuez del investigador privado volvió a hacer un recorrido relampagueante por el gaznate. El hombre quería cobrar de una vez y no le gustaba el cariz que estaba tomando la conversación en esos momentos.
- Usted mismo - me dijo señalando el disco.
Chasqueé la lengua dentro de mi boca en claro gesto de fastidio, prendí de malos modos la punta del cigarrillo, por una esquina, y miré en mi derredor, contemplando la clientela de la cafetería con tan poca fijación que la gente me parecían maniquíes sin rostro.
- Es que no quiero verlo - dije azorado.
- Pero...
- Si, ya se que es la prueba de la infidelidad, y que le ha costado mucho trabajo, pero... como comprenderá... Es muy doloroso para mí.
- ¿Entonces?
- Me gustaría fiarme de su palabra.
- Ah... - asintió nervioso el hombre, aunque no se si porque al final comprendía mi situación o, si al contrario, porque por un momento pensó en que quizás yo no tenía la intención de pagarle.
- Pues es verdad - dijo rápidamente -. Su mujer le engaña.
Saqué los seis mil euros de su refugio y se los entregué.
El tal López suspiró sin disimulo alguno. Sin duda, estaba necesitado de dinero. Se levantó con energía, como un tiro, y sin despedirse ni pagar el café que había tomado se largó de la cafetería.
Yo, por el contrario, me quedé un buen rato allí sentado, mirando el reflejo plateado del disco, escuchando el murmullo constante de las conversaciones, viendo como pasaban los coches por la avenida.
- Me cobra - le dije al camarero.
Me alcé de mi sitio sin muchos ánimos e hice el amago de dejar el disco allí mismo, sobre la mesa. Más, me pudo la razón y lo metí en el bolsillo con la intención de deshacerme del mismo mas adelante.
Salí a la calle y una suave brisa se encontró con mi rostro y con mi mente abotargada.
No puede ser, no puede ser, no puede ser, me decía por mis adentros, recorriendo todos y cada uno de los gestos de mi mujer en el retrato de mi memoria, analizando su inacabable multitud de proclamas de amor... recordando su sabor, su olor, su sonido.
No puede ser.
Abrí la tapadera de un contenedor y tiré el disco en su interior.
De camino a casa, lloré como un niño que se ha perdido entre la multitud, a borbotones.
Afligido, incrédulo, e indeciso... racionalmente muerto y con el corazón hecho trizas, caí en la cuenta de lo mucho que me dolía la situación y cuando llegué a casa no pude hacer lo que inicialmente tenía previsto: No pude mandarla a la mierda.
Ya lo haría mas tarde.
Pero no fue así. No lo hice. Ni al día siguiente ni al otro. Yo amaba con locura a mi mujer y solo hasta que cierto día, seis meses después, un correo electrónico con remite anónimo me llegó al buzón de mi ordenador, caí en la cuenta del engaño en el que estaba viviendo. El correo me indicaba una dirección de una página web en donde pude ver a mi mujer corriéndose como una perra en los brazos de otro hombre, sorbiendo una polla que no era la mía, refregándose y gozando lo indecible tal y como indicaban sus libidinosos gestos, ronroneando.... gritando de placer, pidiendo mas y mas y mas.
Ese día sufrí una especie de shock nervioso y mi relación matrimonial acabó para siempre. Las imágenes se clavaron como un machete afilado sobre mi cerebro y luego, durante un año, fui un zombie sin vendas ni destino sobre la faz de esta tierra.
Y ahora, que ya me empiezo a encontrar medianamente recuperado, aunque no tengo demasiado claro dicho destino, sigo sin comprender ciertas cosas de ese pasado... de quien me envió el correo, de quien colgó el video en internet... quizás el mismo investigador privado... Y sobre todo, de como pasé seis meses al lado de una mujer que me la estaba dando...
... me la estaba dando a conciencia.
Mi conciencia.