sábado, junio 07, 2008

Trabajo temporal


- Verás: Durante cinco años he estudiado los perfiles psicológicos del suicida, desde él que avisa, al que no, él que lo hace por despecho, él que lo hace por cansancio, desgana... o por simples asuntos amorosos. En fin, por un sinfín de razones que me chapado a lo largo de dicho tiempo y para lo que me han contratado hace seis meses...
- ¡Qué dice...
- Digo que ya ves como he acabado: subido aquí, debajo de la cornisa de este edificio, contratado temporalmente por la policía nacional, y viendo como se arremolina la gente ahí abajo.
- Por mi se puede ir. No pienso cambiar de opinión.
- Ese es el problema. No me puedo ir de aquí. Si mi jefe ve como te abandono.... zas.... ya no me renuevan el contrato.
- Váyase a la mierda con su contrato!
- ¿En donde crees que estamos muchacho? ¿En una terraza de verano? Esto mismo... esto es la mierda.
- Entonces me tiraré cuanto antes y ya...
- Para, para, para... ¡Quieto ahí! ... Por favor.
- ¿¡Qué cojones te pasa ahora!?
- ¿¡Qué qué me pasa!? ¿¡Qué qué me pasa!? Pues que eres mi quinto caso de suicido; mi quinto caso de suicidio en seis meses... casi uno por mes.
- ¡¿Y qué?!
- Pues que los cuatro casos anteriores han sido un completo fracaso para mí.
- ¿Cómo?
- Que la han espichado. Muerto. Han convertido mi labor en inútil y soy el hazmerreir de la comisaría. Y, además, ya sabes, estoy a punto de renovar y no se si me pasarán por alto un fiambre más.
-¿?
- Si, no me mires así. En el fondo ,que la palmes o no, me importa un carajo. Cada perro se relame sus propios testículos y no voy a ser yo quien te diga lo equivocado que estás.
-....
- Es mas, a estas alturas de la vida casi te lo recomendaría, que te tiraras. La vida es una porquería, el amor de tu vida, esa chica perfecta, seguramente está poniéndote los cuernos en estos mismos momentos con tu mejor amigo, y por quererte ya no te quiere ni la puta de tu madre.
- ¡Oiga! ¡Sin faltar! ¡Si no quiere venirse conmigo para ahí abajo!
- No me amenaces capullo... ¡Tiene cojones! Perdiendo el tiempo con un mequetrefe como tú y aun tienes las santas narices de levantarme la mano.
- ¡Váyase por favor!
- No puedo. Ya te lo expliqué antes. Y no llores niñato, o quieres que vean un cadáver llorón, un cadáver mojigato lleno de lágrimas.... Total, vas a ser el único que vas a llorar en tu sepelio.
- Usted está loco.
- Loco si, pero con los pies en el suelo... ¿Sabes qué van a decir de ti despues de que tus sesos se desparramen por el asfalto.?
- ¿Qué....
- Que te faltaba una o dos herviduras, que siempre te lo notaron, lo majara que estabas, y que además eras muy debilucho de carácter... Un membrillo emocional.
- ¡Y a mi que me importa lo que digan!
- Nada, por supuesto. Pero lo dirán. Habrás paseado por la vida como un sonámbulo, sin pena ni gloria alguna, y dentro de cuatro días la gente tendrá problemas de memoria hasta para acordarse de tu nombre.
- Es que yo...
- ¿Tu qué?
- Es que nadie... Es que no tengo a nadie.... A nadie.
- ¿Y eso es un problema sin solución?
- A nadie.
- Pero no llores chaval.... no llores.... ¡ Por mis santos cojones! ¡Qué me estás poniendo triste!
- No tengo a nadie.
- Dame la mano...
- ¿Para qué?
- Ya sabes.
- ¿Para que te renueven el contrato?
- Por lo menos....
- Mierda, mierda, mierda....
- Ven aquí....
- Mierda...
- Gracias chaval, me has hecho un gran favor....

miércoles, junio 04, 2008

Vagainmundo


Apenas tengo recuerdos... Solo de mi padre, que me dijo que me parió la ventisca en una noche de invierno. Sin embargo aquí estoy, en tu pueblo, dispuesto a buscarte, dispuesto a encontrarte.
No sé como me llamo, no se de donde vengo, aunque sí se quien eres... El reclamo de mis intereses en esta vida.
Me llaman Vagainmundo. Tengo el pelo grasiento y largo, aunque cubierto casi siempre por un sombrero de ala ancha. Mis ojos son agudos, siniestros, cada cual de su color, y se reviran constantemente hacia los dos lados, buscándote. Soy alto, y mis piernas, de tanto andar, musculosas, muy robustas. Mi tez es oscura, quemada por los soles de cada día. El rostro, ancho, propio de un germano o un escandinavo... Y me llaman Vagainmundo.
- Identifíquese.
Es un policía municipal, a la entrada del pueblo, y situado justo al lado de una urbanización de lujo.
Me quito el sombrero, miro hacia el sol, volteo los ojos hasta ponerlos en blanco, y comienzo mi plegaria:
- Isis, madre de terrenal de los demonios, protégeme de la ira, de la sangre, y de todos cuantos pecadores hubiere por estas tierras...
El policía pierde parte de su firme compostura, me examina con una nueva impronta, la de su condescendencia, y me dice:
- Está bien, prosiga... Pero no se detenga en el pueblo.
Me pongo el sombrero en la cabeza, sorteó la moto del policía, y dejo que una sonrisa mane sobre la superficie de mi rostro.
- Isis, madre toda poderosa, alimenta mi demonio, engórdalo con la maldad.
Llego a la plaza del pueblo. Los cuatro chiquillos que juegan a la pelota detienen su partida. Demudados de su anterior alboroto, me observan en silencio. Le guiño el ojo al mas pequeño y éste corre asustado a los brazos de su madre.
Entro en una cafetería, y cesan las palabras. Sin conseguirlo, la docena larga de clientes tratan de identificar la extraña silueta que se recorta con la luz exterior y, como si no supieran de lo que estaban charlando hacía unos segundos, tardan un buen rato en reanudar sus peroratas.
- ¿Qué quiere? - me dice el camarero, con un tono excesivamente seco.
Antes de responder, me tomo todo el tiempo del mundo, asentando todas mis pertenencias junto a la barra, sentándome sobre un taburete, y contemplando las evasivas miradas de los demás clientes.
- Un vaso de agua.
- ¿Un botellín?
- No. Un vaso de agua.
El camarero mira al que debe ser su jefe, el propietario, y éste asiente.
Me sirve el vaso de agua y yo ni lo toco.
Pasan los minutos, la hora, y el camarero se acerca a mi lado.
- ¿No hay sed, amigo?
- ¿Me conoce? - le respondo.
- Esto...
- ¿Porqué me considera entonces su amigo?
El camarero, un poco asustado, retrocede dentro de la barra, y busca algo que hacer.
Entonces, casualidad o no, entras tú, mi único objetivo.
Tú.
Un bonita chaqueta de cuero marrón cubre tu ropa de marca. El impecable peinado de tus melenas enmarcan la belleza de tu rostro, inmaculado como el de las mil mujeres que me sonríen desde las vallas publicitarias. Guapa como en la orla en la que te conocí.
Y ahora, al entrar, me eludes y te diriges al fondo de la barra.
Todos te saludan, todos te conocen, pues a todos habrás palpado con tus delicadas manos... señora doctora.
- ¿Lo de siempre Doña Amalia?
- Si Carlos, lo de siempre... el cortado.
Me levanto y todos los presentes alzan su mirada hacia mí. Tú no. Tú lees el periódico entretenida.
Y, en el pulcro silencio que nos rodea, me acerco hasta ti.
El camarero abre su boca para decir algo, me mira, y la cierra.
- Amalia - te digo, de pie y justo a tu lado, rozando tu hombro con la cremallera de mi pantalón.
Tomas un pequeño sorbo de la taza, acabas de leer el párrafo del periódico, y por fin me prestas atención:
- ¿¡Si?!
En tu rostro surge la extrañeza. No te habías fijado en mi hasta este momento.
- ¿Quién es usted? - me preguntas antes de que yo te diga algo.
- ¿No te acuerdas de mi?
Te apartas un poco, como si te sintieses amenazada.
- No - me respondes.
- ¿Seguro?
- ¡Deje en paz a la señora! - me dice el camarero.
Hago caso omiso de tal consejo e insisto:
- ¿No te acuerdas de mi?
Amalia.
Y dudas por primera vez. Algo se despierta en tu interior.
- Soy yo - digo asintiendo con la cabeza.
- No puede ser.
Me ha reconocido. Por fin.
- ¡Noooo....! - chilla desaforadamente, presa de un pánico repentino.
- Isis, madre terrenal de mil demonios....
Entonces, uno de los clientes del bar se abalanza sobre mi y me tira junto a una de las mesas del local.
Me levanto muy despacio. Recojo el sombrero del suelo y lo coloco en mi cabeza, ciñéndolo sobre la frente.
La expectación es máxima. Amalia, la joven doctora, respira alterada, fruto de su nerviosismo.
El cliente que me ha dado el empujón ha cogido una botella de detrás de la barra y la empuña como lo haría con su tranca un mamporrero.
- ¡Lárguese! - me grita.
Sonrío.
Mi misión ya ha sido cumplida.
- Solo quedáis tres - le digo a la joven doctora.
-... tress... - susurras entre los dientes.
- Si, Amalia.
- ... no puede ser.
- Tres por visitar. Tres de una docena de petulantes y orgullosos estudiantes de medicina jugando con el cadáver de un pobre vagabundo... jugando a cambiar sus vísceras de sitio, jugando a...
- .... no puede ser - dices con el rostro compuesto de terror.
- Es - grito, clavando mi mirada en la suya.
Y te desmayas. Te desvaneces y pierdes el sentido.
El tipo de la botella hace amago de golpearme, pero lo detengo con un solo gesto.
Me acerco hasta la barra de la cafetería, bebo el vaso de agua, y salgo del local hacia la plaza del pequeño pueblo.
El sol luce extraño en el exterior.
Y a todo esto, he de deciros que soy Vagainmundo, y aunque no se como me llamo, se que me quedan tres estudiantes, ahora médicos, por visitar. Tres medicuchos a los que asustar un poco... devolver la moneda por convertir el cadáver de mi padre, a quien tanto me parezco, en un guiñapo lleno de recortes y mutilaciones.

- Isis, madre terrenal de los demonios....



Llegué al atardecer, junto al gran río de agua salada... Saqué mi catalejo de pirata de la mochila y busqué en el horizonte los trapos de mi viejo velero bergantín.
En la arena, las gentes, semi-desnudas, me miraban con atención, y los niños me señalaban.
- Por Isis....
Una señora muy mayor, con su ajada piel repleta de pellejos, levantó sus anteojos y me preguntó si podía bañarse.
- Por mi puede ahogarse - le respondí sin perder de vista la línea que separaba el mar del cielo.
- Mal-educado...
Comencé a caminar por donde rompían las olas y observé con atención los restos que el mar había dejado durante la tarde... Ningún resto digno de ser nombrado: por lo que supuse que la batalla aun no había tenido lugar.
Poco a poco, fue oscureciendo, y las gentes, lentamente, despejando su presencia de mi lugar.
Junté unos pocos leños, matojos, y demás ramallaje venido con la marea, e hice una hoguera en medio de la playa.
- Isis, madre de todos los demonios....
Y al son de las llamas bailé en honor de mi madre hasta caer desfallecido, dejando que el vapor de mi sudor se deslizase con mi mirada hacia las estrellas.
De repente, cuando mi ser estaba empezando a viajar por mis adentros, surgió un ruido atronador de entre las dunas y un pequeño sol asomó de las mismas.... dos.... tres.... cuatro motos que empezaron a rodearme con sus sonidos desgarrados, girando como locas hasta hacerme tapar los oídos con la palma de las manos.
- ....
Apagaron los motores y se bajaron de la moto, a cuatro o cinco metros de donde yo estaba. Llevaban ropas oscuras y su tranquilo estar denotaba una total tranquilidad.
- Identifíquese - me dijo uno de los motoristas tras quitarse el casco.
Encogí el gaznate cuanto pude y con voz ridícula e infantil bramé tembloroso:
- Soy un pobre desgraciado... un pobre que no tiene donde dormir... que tiene hambre... y sueño.
El grupete sonrió divertido.
- Nombre... Diga su nombre.
- ¿Quienes son ustedessss?
- El Seprona.... Guardia civil.
Mentían. La motos eran de diferente marca y dos de ellos calzaban botines deportivos.
- Díganos su nombre - insistió el que llevaba la voz cantante mientras uno de ellos se ponía por detrás de mi, a mis espaldas.
- Déjenme en paz - lloriqueé -. Mi trabajo en este mundo ya se ha acabado.
- Trabajo... ¿Qué trabajo?
Me acordé de las divertidas visitas médicas que me habían llevado por toda la península durante los últimos años y dije:
- Soy sepulturero - bramé.
Se hizo un extraño silencio. No esperaban que mi voz cambiara de tono repentinamente y que la respuesta fuera tan anodina.
- Isis, madre de todos los demonios, engorda mi....
El que estaba a mis espaldas me dio una patada entre las paletillas y fui caer de bruces en la hoguera. Durante lo que parecieron unos interminables segundos, y mientras los cuatro motoristas se pasaban una botella de licor, saboreé el calor del fuego.
Cegado por las mil visiones que mi madre me había mostrado en ese pequeño infierno, olisqueé la bruma del mar y percibí la extraña presencia de mis enemigos.... de mis verdaderos enemigos.
- Perdonen - les dije a aquellos simpáticos muchachos -. Pero debo irme...
- Ehh...¡!
- Perdonen - gemí bobaliconamente y como si fuera una puta pendenciera lavando la herramienta del trabajo.
- ¿A donde crees que vas? - me dijo uno de ellos, que aun no había hablado y que ahora blandía en el aire unas cadenas.
- Al infierno...
- Espera - me gritaron al unísono cuando eché a andar por la playa.
Hice caso omiso de su advertencia. Ellos no se daban cuenta, pero en algún sitio muy cercano había sucedido un desembarco de rutilantes ángeles en busca de mi despiadada alma y yo debía buscar un refugio... Al menos, mientras no llegaran los míos.
Sentí el abrazo de las cadenas alrededor de mis piernas y visité de nuevo la arena, solo que esta vez no tenía mucho tiempo para charlar con mi madre y me levante con una repentina agilidad.
Saqué la catana de la base de la mochila y la hice silbar en el aire.
Primera advertencia.
- ¿Qué es? - dijo uno de los muchachos algo nervioso.
- No sé... Está muy oscuro - respondió otro.
Segunda advertencia.
- ¿Qué es? - insistió de nuevo. Pero ya no obtuvo respuesta.
En pie, solo quedaban tres.
- ¿Miguel....? ¿Qué te pasa Migue....
Tercera advertencia.
Dos.... solo dos.
- ¡Mierda! Yo me voy - gritó con cierta histeria el de las cadenitas antes de regalar su último soplo a este mundo.
Cuarta advertencia....
El último de los muchachos trataba de arrancar la moto con gran ahínco; parecía como si lo persiguiese el diablo. Sin embargo, que curioso, en ese preciso momento, cuando más necesitaba de su montura para alejarse del infierno, esta parecía reírse de él.....
Blogloglogloglo.....Blogloglogló....
- Ahogada - le dije socarronamente - Está ahogada.
Miré el terror de sus ojos. La Luna se reflejaba agónicamente en un iris empantanado por la certeza de quien sabe que va a morir.
- Isis, madre de todos los demonios...
Quinta.... última advertencia.
Y salí corriendo de allí para ocultarme en una pequeña gruta que había entre las rocas. Mis enemigos estaban muy cerca.... podía olerlos, y mi velero bergantín, muy lejos...
Contuve la respiración cuanto pude y recé durante toda la noche para que no me encontraran.

Al amanecer, cuando supe que Vagainmundo seguía siendo un hombre afortunado, me santigüé de abajo arriba y de izquierda a derecha hasta dibujar seis cruces.
Y salí hacia la playa.
En la arena no había restos de ninguna batalla... Solo cuatro desafortunados cuerpos que, descabezados, bailaban al son de las olas.


He renegado en tantas ocasiones del placer que ya solo disfruto con el dolor.

Los incólumes ángeles blancos me han apresado en plena travesía mesetaria cuando me dirigía hacia la capital y me llevan hacia el purgatorio.
Unas correas de cuero me sujetan sobre la camilla mientras el gota a gota se balancea sobre mis ojos.
En la parte trasera de la ambulancia en la que viajo me acompañan tres adoradores de la cruz roja que, hipócritas, fingen preocuparse por mí.
No obstante, trato de sacar provecho de la obligada situación y disfruto de las diversas drogas que han emponzoñado la sangre de mis venas. Ya llegará la ocasión en que pueda abordar su irredenta bondad... en que pueda aprovechar las fisuras de su honesta perseverancia para poder regresar junto a los míos.
- Isis...
- ¿Quién es esa Isis? - dice la única mujer del grupo.
- Una diosa Egipcia - le responde un compañero.
La miro fijamente, sin parpadear.
Ella se da cuenta, pero lo disimula.
- ¿Y porqué la nombra continuamente?
- Es su madre...
- ¿Qué?
- El tipo es huérfano de madre y se ha inventado el rollo de Isis para suplir su falta.
- Curioso - dice ella.... por sus labios... sedosos.
- Puta - le susurro con cariño.
Un tanto ofendida, la mujer se acerca al gotero, abre un poco mas la espita del líquido, y un mar de sueño inunda todo mi cuerpo.
Maravilloso.
Es un buen momento para pelear con mis pesadillas:
Me arranco la camisa del cuerpo y delante de una imagen de la Virgen María empiezo a lacerar mi espalda hasta despertar a todos los vampiros sedientos de mi alma. El primero: mi padre, que veloz ha acudido a lamer los surcos que dibuja mi líquido vital.
- Hijo mío.... ¿En qué te has convertido?
- En tu peor imagen.
- Yo solo quería que fueras un vulgar ladronzuelo.
- Ellos no me han dejado.
- Ellos...
- Si, padre. Son Cristianos...
- Comprendo.
- Se inmiscuyen y abordan. Son conquistadores. Me han clasificado en el margen oscuro y quieren derrotarme.
- Ríndete, hijo.
- Ya me he rendido... Pero Isis no.... no deja que Vagainmundo desaparezca. Soy uno de los pocos que puede hacer resurgir la realidad... y un día, cuando nos reunamos...
Mi padre sonríe. Me fijo en las numerosas cicatrices que atraviesan su cara y me doy cuenta de que estoy hablando con un muerto.
- Adios padre.
Y la sonrisa de mi padre surge bajo el rostro de mi primer tutor... El tirano Dominico Aurelio que me adoptó como su criado.
- ¿Qué diantres haces miserable? ¿No tienes otra cosa que hacer?
Me encojo como un perrillo y espero a que me atice... pues siempre tengo la culpa.
- ¡Demonio! ¡Qué eres un demonio!
- Perdóneme...
- ¿Dónde está el queso y el pan? ¡Ya te los has comido, maldito!
- No... Pero....
- ¿Qué?
Y cuando se acerca, le beso la mejilla.
Recibo un guantazo que me arroja sobre las tablillas del suelo y susurro aquello que nunca quiere oír:
- Lo quiero... Yo lo amo padre Aurelio... Deseo mojarme con usted....
- ¡Cállate! ¡Demonio!
Y le enseño la carne de mi pene mientras susurra el nombre de su dios por encima de sus vetustas gafas.
- Fantástico - digo.
Y despierto en la ambulancia.
- ¿Qué es fantástico? - me pregunta el ángel que me cuida tras descuidar su lectura.
- Ser aborrecido por quien te ama.
Se queda un poco traspuesto con mis palabras y, quitándoles importancia, reanuda su viaje por las páginas de un estúpido libro.
- ¿Porqué tardamos tanto? - le pregunto.
- Están comiendo... Estamos en una estación de servicio y los demás están comiendo.
Sonrió. Mi ángel parece una buena persona.
Peor para él.
- ¿Podías ayudarme? - le digo educadamente.
- No - me responde con sequedad.
- Tengo llagas.... amigo...
- Ya te las curaran.
- ¿No sabes lo que es eso, verdad?
- Lo sé... pero cállese. Ya se las trataran en la clínica.
- ¿Clínica... ? Antes lo llamabais manicomio.
- Lo que tu quieras - me dice de mala gana.
Sin embargo, yo continuó hablando de mis llagas, de mis problemas estomacales.... incluso le cuento un chiste que le hace gracia.
- Si solo pudieras moverme un poquito - le digo finalmente.
El ángel suspira y niega mi petición con un cierto pesar.
Una lágrima recorre mi rostro hasta fundirse entre mis sucios cabellos.
Trato de hablar y no puedo.
- ¿Qué?
De repente me he quedado sin voz, completamente afónico.
Unos espasmos nerviosos sacuden mi cuerpo.
Se acerca y me agarra por los hombros. El movimiento es incontenible. La camilla está a punto de salirse de su sitio.
- Mierda - dice el ángel.
Y entonces, cuando está lo suficientemente cerca, le muerdo en el cuello con fuerza y un chorro de sangre caliente mancha mis labios.
El cerdo grita.
- Suéltame - le ordeno.
Y, despavorido, dando tumbos, sale corriendo de la ambulancia y deja las puertas traseras de la ambulancia abiertas.
Se que dispongo de muy pocos minutos.
- ¡Socorro! - grito -. ¡Socorro!
Un joven acude veloz a mi llamada.
- Ayúdeme.
- ¿Qué pasa? - pregunta extrañado, sin llegar a subirse a la ambulancia.
- Es una urgencia... Debe sacarme de aquí.
Duda. El joven duda demasiado y, cuando por fin accede al interior del vehículo, distingo las siluetas de los demás ángeles recortadas en el exterior.
Si hubiera dado con un niño... o con un anciano... quizás hubiera sido Vagainmundo otra vez.
- Lárgate capullo - le digo entonces al sorprendido joven.
Miró sonriente a mi ángel femenino, relamo la sangre que pinta mis labios, y espero tranquilo a que abra la espita de mis sueños.
- Venga puta, que tengo sueño.





El purgatorio es un lugar demasiado limpio. Todos los ángeles hacen hincapié en la limpieza y las únicas inmundicias que acabas mirando son los moradores del mismo: silenciosos policías que te espían desde la esquina, deportistas de élite que quiebran a los fantasmas, inquisidores de mil preguntas sin sentido, y peligrosos criminales que se esconden bajo la capa de la locura... Junto a ellos, pobres diablos de mirada encarnada a los que alguna enfermedad ha confinado lejos de sus familias.
Una pena, tanta inmundicia, tanta suciedad, pero los santos ángeles han puesto a nuestra disposición una jaula de oro en donde escondernos del resto de la humanidad y, con resignación, nos aprestamos para las curas.
De sobra saben que soy una buena persona. Apenas llevo aquí cien días y casi he borrado la mala imagen que provoqué el mismo día de mi ingreso, cuando mordí sin querer a aquel pobre ángel en la ambulancia. Los fármacos provocan toda clase de alucinaciones y yo mismo fui objeto de una de ellas...
- ¿Verdad, señor doctor?
- Claro, Eugenio, claro... Debes controlar tu alimentación y empezar con el deporte.
- ¿Me van a dejar salir al patio?
- Si....en el primer turno, a las diez de la mañana.
- Gracias, señor doctor. Dios se lo pague.
Y me levanto, ocultando una sonrisa...
Dios se lo pague, Dios se lo pague, Dios se lo pague....
Al salir de la consulta, un ángel me acompaña por los pasillos. Las visitas al jefe son todas guiadas y los demás enfermos me observan con curiosidad cada vez que hago tal viaje. Son conscientes de que escondo algo, aunque no saben que, y me miran de reojo. Vagainmundo es una gran incógnita dentro del purgatorio y, pobres diablos, sino me tuvieran tanto miedo, solo tendrían que preguntármelo.
- Bien-aventurado, el hombre que no anduvo en consejo de impíos, y en camino de pecadores no se paró, y en cátedra de pestilencia no se sentó.
- ¿Qué dices?
No le respondo. Es tan estúpido mi acompañante que no me merece el menor comentario.
Por la amplias cristaleras veo como las nubes ciñen el sol contra el cielo: los últimos avatares del invierno que luchan contra la llegada del buen tiempo, por lo que empiezo a calcular las posibles rutas de mi camino.
Me encierran en la cueva: una habitación acolchada y sin objetos; un lugar placentero para quien no tenga nada que hacer: silencioso, templado, con una luz tenue y amarilla que me convierte en el sano adorador de mi señora durante todas las horas del día.
Mi madre me visita continuamente. Está preocupada por mi tardanza entre los nuestros y no hace más que azuzar mi indolencia, reprochar mi falta de astucia al dejarme capturar por ellos....
Mi madre es muy buena, sabe como revolverme por dentro y hace que los resentimientos se desborden por encima de mis cabales... sino, como querría irme de este paraíso, de esta habitación acolchada en donde están convirtiéndome en un hombre.
No obstante, a la noche, apagan las luces y solo me oigo a mi mismo... el lento latido de mi corazón, el respirar profundo, y el miedo.... el pánico de saber quien soy. Por lo que solo me queda rezar.
Y ver.....
Un barco vikingo atravesando la niebla... Una sirena de ambulancia... Una mujer desnuda, corriendo... Un ejercito de muertos saliendo de una ciénaga....Todos mis enemigos rodeándome... El silencio, en el desierto...Y luego, una ciudad, repleta de vida, de hombres y mujeres esperando una respuesta que nunca llega, de almas en pena que se ahogan en la civilización cristiana... la maldita simiente que plantó Jesucristo en el mundo y que dividió a los hombres entre buenos y malos. El que puso el acento sobre el pecado, El que dio perspectiva del pasado, El que murió en la cruz para redimirnos de lo nuestro en pos de lo suyo: Un infierno terrenal hecho a su medida... repleto de ángeles que te señalan con el dedo:
- Ese es bueno, ese es malo, ese es bueno, ese es.... - susurran ellos, los que sujetan los pilares del cristianismo, el occidente magnánimo que se inmiscuye en la intimidad de las personas.
Y me hacen llorar. Su heredada terquedad me hace llorar.
- ...Os degollaré, os degollaré - susurro entre lágrimas.... -. Pronto.
Pronto.


Mis amigos están preparados. Son los habitantes del purgatorio y, aunque se comportan como si fueran mis siervos, prefiero considerarlos solo como amigos. Así, cuando los abandone, sufriré con gusto el dolor de mi traición.
Empezamos:
Beni es un gran actor y, sino fuera por una demencia paranoide que lo sume en una aguda esquizofrenia, estaría trabajando de titiritero en cualquier teatro. Le hago un simple gesto con la mano y cae fulminado en medio del patio.
Adan, el italiano, un repugnante violador al que le he prometido una joven virgencita, se acerca veloz junto a Beni y, alarmado, gritando como un poseso y de forma atronadora, dice que está muerto.
Por detrás, se produce un alboroto. Todos lamentan lo sucedido, echándose las manos a la cabeza.
Mientras, Dumbo se sube encima de Kubala, arrimándose contra la pared, y cubre la cámara de vigilancia del patio con una camiseta de los Sex Pistols. Después, saca del bolsillo un pequeño mechero que yo mismo le he robado al jefe y dirige la llama hacia el pitorro de un detector de humos situado en la misma entrada.
Salta la alarma.
A los dos minutos, tres ángeles y un guardia de seguridad pasan como un suspiro por mi lado y se dirigen hacia el centro del patio, en donde se encuentra Beni. Un segundo guardia se asoma desde la azotea, contemplando toda la escena con gran diligencia, comentando la situación por un teléfono móvil.
A lo lejos, se oyen las sirenas de los bomberos.
- Capullito - grito con mi voz mas aguda, mirando hacia el cielo... hacia las insinuantes y algodonosas nubes que lo decoran.
Beni escucha la clave que habíamos acordado, deja de hacer el muerto, y se levanta como si nada, sacudiéndose las hierbas secas del pantalón y como si unos segundos antes estuviera echando una siesta, tranquilamente.
Los tres ángeles y el guardia se ven sorprendidos por lo que acaba de hacer Beni y, tras la estupefacción inicial, sonríen sin mucha gracia, su tensión se relaja hasta hacerles bajar la guardia y, sin darse mucha cuenta de lo que sucede, mientras aun desaprueban la actitud de Beni, se encuentran completamente rodeados.
- Ahora - digo.
Y los quince o dieciseis enfermos mentales a los que he embaucado con mis patrañas se desinhiben de todos sus complejos y, como si fuera una cura en una sesión de psicoterapia, empiezan a golpear a sus carceleros con saña, resarciéndose quizás de los malos tragos que les han hecho pasar.
- Baje por favor. Los van a matar - le digo entonces al guardia de la terraza, con un tono apremiante, para que no piense demasiado, pues no vaya a ser que por su cabeza se cruce una idea lúcida, precavida.
Y el muy idiota baja, atraviesa la puerta como un cohete y se topa conmigo.
- Estás muerto - le digo un segundo antes de confirmar mis dos palabras.
Gracilmente, le rompo el cuello, sin que apenas se dea cuenta, y anoto tal detalle en mi cabeza, como si fuera un favor personal mientras cae... muerto.
Un poco más adelante, los tres ángeles y el guardia reposan sin sentido sobre la hierba del patio. Mis amigos tienen más decisión de lo que piensa el jefe y así me lo han demostrado. Estoy verdaderamente orgulloso de todos ellos, de la asquerosa inmundicia que representan allí unidos.
- Desnudad a ese - le digo a Dumbo y a Kubala, señalando a uno de los ángeles caidos que, mas o menos, tiene mi misma estatura.
Cinco minutos después, cuando entran los bomberos en el recinto, yo personalmente, con mis ropas de ángel, les abro un par de puertas y les señalo el posible lugar del inexistente incendio.
El jefe, el gran doctor, contempla todo el ajetreo desde su despacho y no se siquiera si responde al saludo que le lanzo desde el aparcamiento del purgatorio antes de subirme al volante de una furgoneta de la cruz roja.... seguro que no: Es un hombre muy atareado, quizás muy poco dado a las despedidas.
Evidentemente, no me he acordado de que me firmaran el alta, aunque estoy complentamente seguro que de allí salgo recuperado del todo, completamente rehabilitado, y supongo que eso es lo único importante.
- Isis....

Los vientos me son favorables.
He estado fuera de este país durante seis largos meses, disfrutando de las peculiaridades de los seguidores de Alá, envíando a alguno que otro a disfrutar de su erótico harén celestial, y mostrando al desierto cuan desagradable puede ser la recia pisada de un demonio.
Aunque no es empeño de mi voluntad regresar a la tierra de mi padre y empezaba a integrarme en la sociedad de los almuedanos, la llamada de quien dirige mi destino me hizo cruzar el estrecho de Gibraltar y desembarcar a la postre entre los hijos de esa prostituta llamada Europa.
Mi aspecto es ahora saludable. Dispongo de una piel tan curtida como la del buey y mi cabello es largo y seco, a prueba de cualquier picadura de insecto. Mi rostro vuelve a asemejarse al de mi difunto progenitor y los pulcros hombres occidentales, quizás por mi buen olor, se sienten incómodos a mi lado.
Todo sigue igual, o parecido, por lo que, a pesar de Alá, ya siento nostalgia de todo lo que queda detrás de mi, en la inagotable tierra amarilla de la madre Africa.
Aquí hay más alfalto sobre los caminos, más vehículos sobre el asfalto, y el movimiento es una exagerada ley de obligado cumplimiento
- ¿Te acerco?
Lo miro. Es un hombre de mediana edad, con un rostro bonachón que irradia una cierta alegría en sus sonrosadas y prominentes mejillas.
- ¿A donde vas?
Yo no le he pedido nada, ni siquiera hacía de autoestopista. Sin embargo, ha detenido su camión del reparto a mi lado.
Me subo.
- ¿De donde eres? - pregunta.
En el interior suena una ópera; no logro distinguir cual... y apagó la radio o le bajo la voz, no se; pongo las sudorosas botas llenas de polvo encima de la guantera del salpicadero, echo el sombrero encima de mis cansados ojos, y me dispongo a descansar.
- ¡Oiga...
Y duermo, a pesar de su airada protesta, con ganas.
- Oiga - me sacude el hombre una hora mas tarde.
Y me despierto.
- Hasta aquí llego por hoy, amigo. Debe bajarse - me dice diligentemente, con suavidad, sin apurarme.
Lo contemplo por el rabillo del ojo, sin asustarlo demasiado, y veo como una gota de sudor le resbala desde la frente hasta la rolliza papada.
- ¿Qué reparte? - le pregunto.
- Patatas.
- ¿Nada más?
- Llevo un par de sacos de pan para la tienda del pueblo.
- Pan y patatas - me digo en voz alta.
- Si quiere... coja una barra - me dice el hombre, que está deseando que me baje y, seguramente, jurando y perjurando por sus adentros que no le va a parar a nadie nunca mas.
- Gracias - le digo -. Es usted muy amable.
Y tras coger una barra de pan tan gruesa como el brazo de un hombre, me bajo, le extiendo la mano al buen hombre y se la estrecho como caballero que soy.
- Sálvese - le digo desde el arcén del camino.
- Claro - me responde al mismo tiempo en que le da un buen acelerón a su vehículo.
Pan y patatas, pan y patatas, pan y patatas...
El camino es largo y duro, y no hay como un buen estribillo para suavizar el recorrido.
Miró hacia la sierra montañosa que viste el norte y cojo un sendero que, zizagueante, se dirige hacia ella. Se que los ángeles no gustan de la naturaleza salvaje y, si tengo suerte, podré reunirme con alguno de los míos. Mientras, arranco la miga del interior de la barra y me como la corteza sobrante a la salud de todos cuantos por mi se han marchado de este mundo.
Siento una extraña felicidad al caminar por entre las zarzas y empiezo a presentir sucesos futuros que me rediman de la agónica soledad en la que vivo.
Necesito de alguien a mi lado. Quizás una mujer sin demasiados escrúpulos, una mala arpía que sonría por la mañana mientras sujeta una daga entre los dientes... una mujer que comprenda la situación en que me encuentro y que, como yo, adore a mi madre... En fin, una de las mías, capaz de verter la sangre por encima de cualquier inocente antes de fornicar con cualquier demonio.
En fin...
Al caer la noche se me agudizan los sentidos. Mi alma es nocturna desde que era un crío, cuando vivía con el tirano Dominico Aurelio, y disfruto como las alimañas del manto oscuro y protector.
Por eso, cerca de un risco empinado y rocoso, olisqueo una extraña presencia en el ambiente y dejo que mis instintos me guíen hasta dicha anormalidad.
Se trata de un campamento. Una extraña tribu urbana que no se como catalogar hace sonar sus istrumentos alrededor de una hoguera y, entre gritos y sonrisas, beben exageradamente de dos o tres botellas. El calor los invita a estar desnudos y, desde el parapeto en donde me coloco, contemplo maravillado los dibujos que estampaban la piel de esos individuos: Cruces diábolicas apoyadas sobre dos puntos, los seises del diablo pintados de rojo, espinas que rodean los biceps de los hombres, serpientes que reptan por los torsos de una mujer.... y en los brazos, en el cuello, y como adornos de todos ellos, colmillos atravesados por un cuero sin curtir... Se trata sin duda de auténticos apócrifos de la civilización, renegados como yo de la sociedad, y solo me falta saber si son de los míos.




Son ocho. Están borrachos. Uno de ellos no se tiene en pie y, tras alcanzar la verticalidad, cae de nuevo al suelo. Tres son mujeres, y las tres son bellas. Tienen instaladas dos tiendas de campaña y de una a otra han tirado un cable para tender sus trapos. Los macutos, cantimploras, y demás enseres, se apoyan contra una balsa neumática que está medio desinchada, dada de vuelta sobre la hierba. Clavados en un cepo, un par de machetes, y encima del mismo cepo, una pequeña pistola que parece de aire comprimido.
Están muy confiados y en fiesta y, si son de los míos, no se si mereceran mi saludo. De todas formas, después del recato y del pudor africano, se me van los ojos hacia los pechos de las tres mujeres y acabo bajando los pantalones.... Encuentro el bicho entre las piernas y, poco a poco, empiezo a estrujarlo con la mano. Tarda un buen rato en endurecerse pero, cuando se empina, pierdo noción de donde estoy y empiezo a caminar hacia el campamento como un sonámbulo.
Supongo que asusto a los presentes y, cuando salgo del trance, después de mojar la tierra con mi semen, me veo rodeado por los machos de la pequeña tribu.
- ¡Es un puto vagabundo! - dice uno de ellos.
La simple descripción de lo que soy por parte del que ha hablado parece tranquilizar a todos los demás y una de las chicas incluso suelta una risita.
- ¡Se la estaba meneando el hijo de la gran puta!
- Señores, tengan piedad de este pobre hombre - digo con mi voz trágica, la que utilizan los niños para disculparse.
- Dejad que se vaya - oigo por detrás de mi de una de las féminas.
Me vuelvo. Es toda una hembra, de grandes mamas y amplias caderas. Tiene la cabeza afeitada y la cara llena de remaches.
- Gracias señora - digo anticipándome a cualquier decisión, dando por buenas sus palabras, y echando a andar.
- Eh - me gritan los demás, obligando a detener mi marcha.
- ¡Quieto ahí gusano!
Quizas acaban de sentenciarse.
Me miro las palmas de las manos y las elevo hacia el cielo, realizando una ofrenda espiritual.
No obstante, no tengo aun muy clara la decisión; si mandarlos al infierno directamente o estudiar antes su atrevimiento.
Finalmente, pospongo el derramamiento de sangre para mas adelante.
- ¿Qué quereis? - pregunto amenazante, susurrando entre los dientes y alzando el mentón como si este fuese un baluarte.
No recibo una respuesta... inmediata. Extrañados por mi nueva aptitud, desafiante, se impone el silencio en el grupo. Contemplo sus rostros, alterados por el reflejo de las llamas, y veo que son más jóvenes de lo que creía, con ropas que solo disfrazan sus cuerpos.
- ¿Qué quereis? - repito divertido, dando un paso hacia adelante, hacia ellos.
Las brasas, crepitando donde la hoguera.
- Puede contarnos una historia - dice la chica sin pelo, inteligentemente, rompiendo el silencio y un poco nerviosa.
Me gusta. Esa chica me gusta.
- ¿Cómo te llamas? - le pregunto.
- Irene - me responde, bajando la mirada... su tierna mirada.
- Paz - musito.
Me acerco a su lado y noto una cierta tensión en el resto del grupo. Quizás alguno tiene demasiada prisa en morir.
- ¿Qué quieres que te cuente, Irene?
- ¿De donde vienes... donde has estado?
Coloco los dedos índice y corazón delante de mi cara y, como si fuera a pasar la página de un periódico, mojo ambas llemas con la punta de la lengua, cruzo las piernas como un alfeñique, tal si fuera un muñeco arlequín, y me siento en el suelo sobre mis posaderas.
- Sentaos - ordeno.
Y obedecen... Alguno entre risas y alguno, debido a cuanto licor llevaba ingerido, con gran pesadez. Ella, Irene, sin embargo, suspira, como si supiese que su vida se acaba de alargar cuando menos unos minutos.
Empiezo:
- Cristo, redentor de todos los pecados, causante del mal. Cristo: el problema, la enfermedad, el fin de la humanidad y de todos sus individuos... Un faro situado al borde del abismo, embelesando la historia con la piedad, y plantando su simiente en occidente para extenderla de norte a sur y de este a oeste. Cautivador del destino... Vosotros sois la prueba: mismos miedos, mismos deseos, mismos sentimientos de culpa o remordimientos. Una conciencia única clavada con la cruz de ese impostor.
Los miro. Veo que escuchan mis palabras, aunque no creo que las comprendan.
- Isis, madre de todos los demonios, creadora del infierno y de todas sus puertas... Si pudiérais ver lo que yo veo: un mundo encadenado, rígido, yermo de hombres y mujeres, que viven como autómatas... vidas enteras desperdiciadas en pos de la nada... Si pudiérais ver lo que yo veo, mancharíais la tierra con la sangre liberadora de vuestros prójimos hasta empantanar el mundo de dolor... el dolor redentor de todas las miserias.
Me levanto. Los miro, uno a uno, y me miran.
No merecen morir. Son tan jóvenes y han sido tan educados conmigo.
Sin embargo, me puede el deber. Saco la catana de la mochila y le rebano el cuello a los dos jóvenes que considero mas enteros... de hombría, también de sobriedad.
Dos menos.
Aullo como un lobo, se produce el alboroto, sucede el despertar, y una de las chicas grita histéricamente... por poco tiempo.
Quedan cinco.
Y así, de un modo extremadamente sencillo, despueblo la pequeña tribu. El miedo, el alcohol, y la sorpresa, paralizan cualquier reacción defensiva por su parte y apenas tengo oposición o lucha.
No obstante, cuando no escucho otro aliento que el mío, hago un rápido repaso visual sobre los cadáveres allí amontonados y caigo en la cuenta de que me falta uno... él de Irene.
- Bonita, bonita, bonita - le susurro a la Luna, ahora como un lobezno.
Me fijo en el cepo y veo que falta uno de los machetes.
Sonrío. Mas que preocupado, me siento bien, muy bien, complacido por su intrépida evasión
- Bonita, bonita, bonita. Auuuuuuuu.....Ven con papaito, ven bonita.


El bosque es un punto de origen primigenio, el lugar ancestral. Enaltecidos, los sentidos renacen de su adormilado letargo y por eso los cristianos huyen de tanta espesura, buscando luz, grandes claros en donde ninguna sombra amilana sus almas temerosas... cobardes.
El bosque es mi amigo, por lo que, enfundado con la tranquilidad que me inspira su compañía, decido dar una oportunidad a la superviviente, a Irene: Con los ojos cerrados, me coloco enfrente a la hoguera, orino sobre la misma, y espero allí mismo, a que sea valiente y atrevida. A la luz de la lumbre, me convierto en un blanco perfecto: si ella está cerca, no va a tener otra oportunidad igual para clavarme el machete. Mientras tanto, recorro en mi imaginación su insinuante figura, la suavidad de la blanca piel desnuda; cuento sus curvas, sus gestos, todos los remaches que atraviesan su rostro, y percibo el miedo irracional que debe estar padeciendo, sabiéndose muy cerca de un demonio, desamparada en medio de la nada y con la imagen de sus difuntos amigos plasmada en rojo sobre su retina.
Con la ceniza aun húmeda por la orina, pinto tres cruces en mi cara: una en cada mejilla y otra, un poco más grande, en la cara. Miro al cielo y atisbo la llegada de un nuevo amanecer en el incipiente resplandor del horizonte.
Me dispongo pues para la captura.
Ella tiene dos posibilidades evidentes: O ascender por las abruptas rocas de la sierra, en cuyo caso, indefectiblemente, acabará en mis manos; o elegir el camino del descenso por donde yo mismo he llegado, hacia la meseta: un lugar despoblado de vegetación y en donde su bonita figura sería lo más destacable en varios kilómetros a la redonda.
Puede, también, quedarse quieta, intentando pasar desapercibida entre unos matorrales y esperando que, hastiado, abandone su busqueda... Pero no es tan tonta, o eso creo: Irene captó desde el primer momento el brillo de mis ojos y por nada del mundo quiere estar cerca de Vagainmundo... Por nada.
No obstante, de repente, hay algo que no me cuadra, que no coincide con todo lo que llevo articulado en torno a la huida de Irene... Me fijo en la balsa medio desinflada que tengo delante y...
Grito como un animal.
Amanece.
Maldita mi estampa.
Subo por la empinada ladera de un cúmulo rocoso, apurando el paso y dejando abajo, muy abajo, el desolado campamento en donde he pasado la noche. Debo llegar cuanto antes a la cumbre, cuanto antes, y no dejo ni un respiro entre las profundas bocanadas de aire que, con su fuerza, hieren mis pulmones.
Así, cuando estoy en lo mas alto, me arrodillo sobre el granito del suelo y miro hacia el horizonte:
A mi pesar, veo un río en la lotananza.
Me humillo mil veces y de mil maneras por la estúpida confianza de la que he sido cautivo durante la noche y caigo en la cuenta de que esa astuta mujer se me puede ir de las manos. He perdido unas horas valiosas regocijándome de mi superioridad y el río, raudo y veloz, desliza sus aguas lejos... lejos de mi.





Estoy cerca. Lo presiento. Estoy cerca de tí... Irene.
Han pasado dos años desde el día en que te conocí, allá en medio de la verde naturaleza, cuando estabas con tus amigos junto al caudaloso río por el que lograste evadirte de mí.
Fuiste una chica lista, muy lista, y tuve que huir luego, antes de que llegaran los malvados guardianes de la ley quizás por tierra y por aire, no los llegué a ver, y antes de ser atrapado como una miserable alimaña.
Busqué refugio entre la humanidad... ¿Dónde sino se podía ocultar mejor Vagainmundo? ¿Donde sino en la capital de España, entre personajes tan grotescos y extraordinarios como yo... por el metro, por los sucios suburbios de las afueras, junto al gran basurero municipal...?
Pero ahora estoy cerca.
Antes de huir del campamento en donde te conocí, tuve la paciencia necesaria para registrar las pertenencias de los muchachos y obtuve como un gran regalo el documento nacional de identidad... de ti, querida Irene.
Así, desde hace dos años habitas entre mis pesadillas y, según pasa el tiempo, mirando ese DNI, tus ojos me miran miserablemente, de forma obsesiva, pidiéndome a gritos que te aniquile de una puñetera vez. Menos mal que suelo hacer bien los deberes y ya estoy en el pueblo en el que nacistes Irene: Se llama Piedrahita y pertenece a la provincia de Avila. Tiene cuatro o cinco mil habitantes, está situado junto a la sierra de Gredos, y en esta época del año, época de semana santa, tan cristiana y devota por la resurreción de Cristo, el pueblo se llena con todos los parientes venidos, como yo, de Madrid.
Son las doce de la noche.
- ¿La casa de los Silva? - le pregunto al tabernero.
Este me mira de reojo, desconfiado.
- Vengo a trabajar para ellos - explico.
- Aquí hay muchos Silva, señor. Además... - me señala el oscuro exterior, y añade -: Es muy tarde para presentarse en casa de nadie.
Eres idiota, pienso, aunque no te lo digo.
- ¿Lorenzo Silva? - pregunto de nuevo, acordándome del nombre del padre de Irene.
Un cliente que está a mi lado, tomando un vaso de vino con gaseosa, detiene el vidrio en el aire y me dice:
- ¿ El Lorenzo... el encargado de la finca de la Diócesis?
Asiento, aunque no estoy seguro.
- ¿Y vienes a trabajar en esa finca?
Asiento de nuevo.
- Trabajo hay.... joer... si hay... Pues aun te queda un buen rato hasta allí.
- ¿Luego?
- La finca está pegada a Zaperdiel de la Cañada, a unos doce o trece kilómetros de aqui.
- ¿Hacia Avila?
- No, pal norte. Hacia Peñaranda de Bracamonte.
- Gracias - digo solemnemente, quitando el sombrero de la cabeza, y saliendo de la ajetreada tarbena en la que me encuentro.

Dos horas de caminata después entro en un pequeño pueblo. Carece de alumbrado público, las casas son en mayoría de planta baja, y sus habitantes dormitan tranquilamente. A la entrada misma del pueblo me siento sobre una roca desnuda, contemplo el firmamento, y veo tu rostro, madre, dibujado en las estrellas. Estás tan satisfecha de mi persistencia, brillas tanto esta noche, que por seguro esperas que, en sacrificio, te ofrezca hasta la última gota de sangre de esa chica.

Amanece. Es la hora.
Sin embargo, noto algo extraño. No oigo ruido alguno, y hasta en las cuardras, el ganado permanece en silencio. Golpeo suavemente sobre una vieja puerta de madera y nadie me responde. Repito lo mismo en la siguiente casa.... y nada.... y en la siguiente.... nada. Una gastada puerta de aluminio, decorada con una docena de pegatinas de las diferentes marcas de helados, de pipas, de golosinas, me dice que estoy ante la tienda-taberna del pueblo. Empujo la puerta, pero no, también está cerrada.
Empiezo a desconfiar.
Recorro las empedradas calles del pueblo, algunas de auténtica roca viva, y entro en la plaza principal del pueblo, situada junto a la Iglesia.
Miro a mi alrededor, y tiemblo.
Un ligero sonido, apenas perceptible, comienza a resonar por entre las calles que confluyen hacia la plaza en la que me encuentro. Es como un retemblar, ligero, muy tenue, pero que va aumentando en intensidad.
De repente, apareces tú.
¿Qué está pasando?
Apareces vestida con un simple camisón, un camisón largo, blanco, rasgado a la altura de tus costillas.
Irene.
Y detrás, golpeando unos bastones, golpeando los mangos de las azadas, de los aperos de la labranza, contra la dura roca del suelo, aparecen hombres, mujeres, ancianos y niños. Golpean una y otra vez en el suelo y se acercan a la plaza, por todo mi derredor,en muchedumbre. Golpean y golpean. De sus cuellos prenden unas largas cadenas y van descalzos.
Al frente de todos ellos, un viejo cura sin crucifijo porta en sus brazos el cuerpo de un cordero muerto y degollado.
Caigo en la cuenta de que me estabais esperando, que no estoy en una procesión de semana santa, y se que estoy llegando al fin.
En vuestros ojos, tan tranquilos, solo veo una determinación:
Enviarme al infierno.
Me veo rodeado. Saco la catana de la mochila y, antes de que ésta atraviese cuerpo alguno, recibo mil bastonazos.....

Cuando recupero el sentido veo el atardecer: enrojecido, fugaz, demasiado rápido.
Miro hacia el suelo, hacia mis pies sangrientos, y te veo querida Irene.
- Hola - digo.
- Hola - me respondes.
Sonrío. Sonrío desde la cruz en la que me han clavado. Sonrío, y tu compartes mi sonrisa.
- Por fin.... Por fin te encuentro - digo, con la voz quebrada por la emoción.
- Si.
- Pensé que nunca os encontraría.... Sois de los míos.... Sois los míos.
- Bienvenido - me dices, con dulzura.
Soy feliz. Por fin estoy entre los míos.
Coges una hoz, apoyas el filo de su aguda punta en la boca de mi vientre, y clavas con fuerza.
Siento el frío metal en mi interior.
Tiras de la hoz hacia abajo y abres mi barriga en dos, despanzurrando mis entrañas con violencia y hasta que estas, sin sujección alguna, caen en el sucio suelo, junto a la base de la cruz.
Miro al cielo, noto ya que me sobra todo el aliento, y recito tu nombre por última vez:
- Isis, madre de todos los demonios....



Fin....