domingo, septiembre 02, 2007

Patriota


Era el día indicado, el día que había estado esperando, y que aparecía marcado en rojo en todos los calendarios de la casa.
Me levanté de la cama y tiré de la persiana hasta inundar de luz la habitación. Mis ojos, doloridos por la repentina exposición a la claridad, se encogieron con fastidio. Miré hacia el pequeño despertador y supe que eran las nueve de la mañana. Buena hora. Hinché los pulmones con fuerza, recordando todo cuanto debía hacer ese día, y me fui por el pasillo adelante, hacia el baño, en donde una ducha de agua fría acabó de espabilarme.
Me hice el desayuno: un simple café oscuro y sin azúcar, y puse un poco de música para ambientarme: una melodía irlandesa, gaitera y alegre, con ciertas reminiscencias épicas: un eco sonoro de lo que yo mismo debía hacer.
En el ropero, entre la media docena de perchas del colgador, encontré mi uniforme: un pantalón vaquero al que le había arrancado la etiqueta de la marca y un polo azul claro manchado de sangre a la altura de mi pecho. La sangre de mí querida Enriqueta.
Mierda.
Una inoportuna lágrima se deslizó por mi mejilla hasta perderse entre los retorcidas líneas de los dibujos de una pequeña alfombrilla.
Mierda.
No, no debía ponerme triste, el recuerdo de Enriqueta no debía entorpecer mi determinado propósito, pues ese era el día indicado, el día para el que me había estado preparando con tanto ahínco. Aunque.... estaba allí. Si. Allí estaba Enriqueta, tirada sobre la acera, sobre mi propio regazo, dejando escapar su vida, que era la mía, en un último aliento de desesperación.
Mierda.....
Abrí la puerta del trastero y en el fondo del departamento de la derecha, detrás de la escoba y la fregona, encontré un abultado fardo. Tiré de él, hasta sacarlo del trastero, y lo coloqué suavemente sobre el terrazo del pasillo. Cogí mi navaja suiza y despanzurré el envoltorio del fardo hasta dejar sus tripas al aire: La culata del FR F1 y su mirilla telescópica brillaron por encima de todo lo demás, y el olor del aceite con que había limpiado dicho fusil inundó el ambiente de mi hogar.
Contemplé el fusil con gran orgullo... El arma. Y sonreí.
Un capitán de la mercante argelino, que antes, en los tiempos de la colonia, había militado en la legión extranjera del ejército francés, y al que le solía comprar el tabaco de contrabando en sus visitas al puerto de mi ciudad, me ofreció el FR F1 por dos mil euros y no lo dudé ni un instante. Y no lo dudé, porqué me hacía falta. Estaba en guerra desde hacía casi un año y no podía seguir escondiéndome mas, ocultándome del enemigo como si fuera un cobarde.
Y no. Yo no era un cobarde. Y aunque estaba rodeado por todas partes, por fin me había hecho con la munición adecuada para el fusil: un buen montón de balas de siete milímetros y medio, y una buena bandera. Si, mi bandera, que había tejido durante mi reclusión invernal con el vestido de noche de mi querida Enriqueta. El mismo vestido que llevaba puesto el día que nos conocimos.
Extendí la bandera en el pasillo y me erguí, contemplando desde mi altura las dos armas: el fusil de precisión del ejército francés y la bandera: un trapo gris plata ribeteado por un verde oscuro que, a modo de hiedra, envolvía el brillo de su interior.
Puse la mano sobre mi pecho, cerré mis ojos, y musitando su nombre, juré fidelidad a mi nueva patria, a mi nuevo país y a mi nueva ley.
-Así pues, yo, Marcos Navas Fernández, reniego de todo el pasado, de todo lo ocurrido, y hoy voy a dar respuesta a quienes sin motivo me han intentado destruir... acabar con mi existencia... y sin conseguirlo.
Cogí el fusil, mi bandera, apagué las gaitas de la música, y salí del refugio de mi casa.
Me subí en el ascensor y pulse el diez, la altura más alta de mi edificio. Mi corazón empezó a acelerarse.
Salí a la azotea, al aire libre, por entre un depósito de agua y el garito de los motores del ascensor. Una barandilla blanca, no muy segura, me sirvió de apoyo para contemplar las vistas de mi ciudad.....
No, ya no era mi ciudad. Todo cuanto veía era territorio enemigo: El este, el oeste..... el norte, el sur..... Todo....
¿Todo?
No. Todo no.
Con dolor, despegué la bandera de mi pecho y la icé con cuidado por entre los cables de la antena colectiva y hasta que el viento la hizo ondear en lo más alto de mi nueva patria.
Si querían guerra, la iban a tener. Desde luego que si.
Así el rifle hasta que este alcanzó la horizontalidad y lo acaricié como si tuviera vida propia. Coloqué el dedo en el gatillo, y me acerqué a la mirilla telescópica. El trafico era fluido, como siempre, y mis enemigos numerosos.
Sonreí. Era el día indicado.
Y apreté... por mi país, por mi bandera… por mi patria.

5 comentarios:

Belén Peralta dijo...

Siempre logras conmoverme, amigo. A veces, de forma melancólica y dulce. Otras, como hoy, sorprendente e impactante.

Qué bueno. Qué texto tan brillante y original. Me has dejado sin palabras.

B.

Doctor Krapp dijo...

Realmente excelente texto y con un ritmo creciente y avasallador hasta la sorpresa final.

Anónimo dijo...

Y a medida que una lee, va haciendo propias las ansias de venganza contra el malo individual.
Y cuando una termina de leer nota lo fino que es el hilo entre verdugo y vengador.
Magnífico.

Unknown dijo...

¡A ver...!:( ¿los aseos? -emoticono rabioso-

Venía con los envases del otro día a depositarlos por aquí, pero leído lo leído, me vuelvo a ir con ellos -emoicono rabioso- Porque contenedores de plástico, no tendrá ¡claro!

Pero me gusta el contenido de este envase, me ha gustado. Como siempre originalidad en las historias, mostrando las reacciones límite de todo ser humano, esas que nos negamos a admitir.

Pero Rapatundas, estoy escribiendo y siento el eco y... bueno... no lo volveré a explicar.

Me alegro de no ver una vida en un frasco, sino el fluir de la creatividad.

Me marcho cumpliendo lo prometido y así he hecho, entré a incordiar ;)

Buenas noches

Silvia Darnis - embolic dijo...

Es terrible vengarse de uno mismo y tener que disfrazarlo de "patriotismo", signos externos que unas veces someten y otras, dicen, engrandecen.

Fantático, rapatunadas.